Si el cambio que encabeza Milei fracasa, el populismo volverá a reincidir en políticas fallidas con eje en el pobrismo distributivo y su contracara de capitalismo de amigos; vuelta a la decadencia con final abierto
Por: Daniel Gustavo Montamat
Sarajevo, 28 de junio de 1914. El heredero de la corona austrohúngara, el archiduque Francisco Fernando, y su esposa visitan la ciudad donde los aguarda un complot para asesinarlos. La comitiva de recepción avanza cuando una granada arrojada al vehículo no explota a tiempo y luego hiere a la custodia. Todo ha fracasado, pero acontecimientos imprevistos le dan una nueva oportunidad a Gavrilo Princip cuando el auto que lleva a los príncipes a visitar a los heridos se desvía de su trayectoria y se encuentra con el asesino. Con las víctimas en su mira, dispara, y los mata. ¿En la sucesión de acontecimientos que culminaron con el magnicidio en Sarajevo y desencadenaron la Gran Guerra jugó el azar un rol determinante o estaba escrito que lo que sucedió fatalmente debía darse? Si solo se trató de un acontecimiento fortuito, con otro desenlace es posible que el mundo hubiera evitado la Primera Guerra Mundial y la pesadilla histórica del surgimiento de los totalitarismos fascistas, nazis y comunistas, los tres convergentes en su antiliberalismo. Si, en cambio, el proceso histórico, o bien evolucionando en zigzag (curso dialéctico) o bien linealmente, avanza con libreto predeterminado, lo de Sarajevo y el desenlace bélico eran inevitables.
Karl Popper, uno de los referentes del liberalismo del siglo pasado, en su clásico libro La sociedad abierta y sus enemigos hace una dura crítica a las concepciones deterministas del proceso histórico (los “redentorismos históricos”) y suscribe la idea que el futuro está abierto, no está escrito en piedra. Pero en un futuro abierto, con acontecimientos expuestos a incertidumbre radical, ¿cuánto juega el azar? Bertrand de Jouvenel, otro referente liberal del siglo XX también sostuvo que el futuro estaba abierto, pero abierto a futuros posibles: “futuribles”. Desde el presente no se puede cambiar el pasado, pero se puede influir en el futuro estudiando el pasado, interpretando las tendencias presentes y formulando escenarios conjeturales. En su libro El arte de la conjetura, De Jouvenel también sostiene que el rol del azar queda acotado cuando en el medio social predominan instituciones previsibles y proyectos de largo plazo que permiten desde el presente fijar objetivos y políticas conducentes para transformar uno de los futuros posibles en un futuro “deseable”.
La irrupción de Javier Milei y su revolución liberal en la política argentina: ¿estaba escrita en piedra, fue azarosa o formaba parte de uno de los “futuribles” que el fracaso del modelo pobrista distributivo del capitalismo de amigos hacía previsible? Quienes extrapolaron los resultados de las elecciones de mitad de término en 2021 a los resultados electorales de 2023 subestimaron el fenómeno Milei, fenómeno que tampoco estaba escrito en piedra. En todo caso se interpretó sesgadamente la fuerte tendencia al cambio que estaba presente en el sentimiento social. Y esa demanda de cambio tampoco era casual o aleatoria, tenía sobrados fundamentos en el hartazgo social con un modelo populista que buscaba perpetuarse en el poder redistribuyendo pobreza y marginalidad. El triunfo del líder de La Libertad Avanza era entonces uno de los “futuribles” a conjeturar.
Ahora Javier Milei es presidente y ha generado una agenda propia planteando reformas legales (el megadecreto y la ley ómnibus) con cambios institucionales (reforma política, órganos de control, fusión de entes reguladores, reforma administrativa, cambios jurisdiccionales) que conmueven los cimientos políticos y económicos sobre los que opera la realidad nacional. Desde la cosmovisión liberal de un futuro abierto y escenarios conjeturales, la revolución liberal que ha planteado La Libertad Avanza a la sociedad argentina ni tiene un futuro asegurado ni está librada al azar. Sí se pueden conjeturar tres escenarios posibles: uno de éxito, otro de fracaso y un tercero intermedio e indefinido, con logros y frustraciones parciales.
Convengamos en que la medida del éxito o el fracaso de la revolución liberal se librará en el frente económico. Más allá de las formas, es comprensible que se hayan puesto tantas reformas estructurales de tan variados temas en la mesa de discusión. Son funcionales a dar cobertura al megaoperativo de estabilización macroeconómica del que depende evitar el estallido hiperinflacionario. Si el plan de estabilización comienza a bajar la fiebre inflacionaria, la adhesión social legitimará el avance de muchas reformas estructurales propuestas. Esta es la secuencia. Si la reacción de la inversión y las exportaciones acotan la transición a una reactivación donde caerá el consumo, el interregno será menos penoso. Pero para coronar un escenario de éxito a largo plazo y evitar el riesgo del retorno al pasado el Gobierno deberá entender la necesidad de confluencia entre los instrumentos de política económica con los cuales se ajustó el déficit y se viabilizaron las principales desregulaciones microeconómicas, con la necesidad de articular una nueva estrategia de desarrollo productivo que alinee intereses en torno a un dólar competitivo y a un modelo de valor agregado exportable. El capitalismo corporativo y autárquico que abreva en la sustitución de importaciones ha consolidado un núcleo de intereses que buscará reimplantar “la coalición del dólar barato”. El éxito de esta confluencia de políticas e intereses liberal-desarrollista transforma este escenario conjetural en el escenario deseable para poner un punto de inflexión a la decadencia argentina.
El escenario de fracaso fue estereotipado por el propio Presidente con una palabra: “Venezuela”. Allí también hubo hartazgo con un sistema político alienado de la sociedad. Vino el “socialismo del siglo XXI” y se acabó la democracia. El fracaso de la revolución liberal –que, repetimos, estará muy asociado en el humor social al combate contra la inflación– devolverá vigencia a las ideas y los valores del Estado omnipresente asociado a un nacionalismo nac and pop recargado que volverá por sus fueros.
Charles Maurice de Talleyrand, el canciller francés que vivió la decadencia del antiguo régimen, sirvió a la revolución y sobrevivió a la caída de Napoleón volviendo a prestar servicios a la restauración de la monarquía borbónica, evaluando el desenvolvimiento del nuevo rey Borbón Luis XVIII, pronunció la sentencia que se le atribuye: “Esta gente ni aprendió nada ni se olvidó de nada”. A no dudar, si entre nosotros el cambio que hoy encabeza Javier Milei fracasa, el populismo volverá a reincidir en políticas fallidas con eje en el pobrismo distributivo y su contracara de capitalismo de amigos. Vuelta a la decadencia con final abierto.
En el escenario intermedio habrá luces y sombras. Posible baja de la inflación y reactivación, y posible apreciación cambiaria con impacto en los equilibrios de las cuentas públicas y externas. Dependiendo de la “batalla cultural” puede que el voto acompañe el cambio por un tiempo y que abra nuevas oportunidades de consolidar el proceso de desarrollo. Pero también es posible que los argentinos reincidan votando opciones que en el mediano plazo socaven las bases de la revolución liberal. ¿El escenario más probable? No lo sabemos. John Kay y Marvyn King, en su esclarecedor libro Radical Uncertainty: Decision-making for an unknowable future, nos recuerdan que no tenemos frecuencias asociadas a la ocurrencia de estos eventos.
Daniel Gustavo Montamat
Doctor en Economía y en Derecho, exsecretario de Energía de Argentina