Por: FRANCESCO ZARATTI (EL SATÉLITE DE LA LUNA)
Se ha criticado el presunto abuso que los analistas del sector energético hacemos del adjetivo “insostenible” que, como en la fábula del lobo, lleva a reaccionar con escepticismo.
Por ejemplo, se afirma casi a diario que el subsidio estatal a los combustibles es insostenible, pero surge de inmediato la objeción: ¿hasta cuándo esa insostenibilidad dará lugar a medidas correctivas? Por tanto, lo “insostenible” de una situación merece ser aclarado.
En el caso del clima, los científicos han definido algunos “tipping points”, o puntos de no retorno, como el derretimiento de los hielos polares, la desaparición de los glaciales tropicales y la desertificación de forestas. Los acuerdos acerca del clima buscan cabalmente evitar llegar a esos puntos críticos que acelerarían irreversiblemente el calentamiento global y sus impactos catastróficos.
En el campo de la energía la insostenibilidad es un proceso dinámico y condicional: si el déficit entre producción y consumo de los combustibles siguiera creciendo, sin visos de revertir esa situación, estaríamos obligados a importar volúmenes crecientes de gasolina y diésel. Por tanto, la insostenibilidad está no tanto en la inminencia de la catástrofe, como entienden algunos, sino en la escalada de un fenómeno que “en algún momento” desemboca en una catástrofe. La pregunta relevante es: ¿en qué momento se manifestará el desastre?”.
No hay dudas de que el balance de los combustibles líquidos en Bolivia muestra un cuadro de insostenibilidad por tres factores que paso a exponer.
En primer lugar, está la disminución de la producción de gas, de los líquidos asociados y, sobre todo, del petróleo crudo. Las razones son conocidas y se deben a que, a diferencia de lo que se piensa y se dice, las empresas capaces de realizar inversiones de riesgo en la exploración, se han ido de Bolivia con la “nacionalización”. Las que quedaron se dedicaron a explotar y monetizar las reservas de antaño. Revertir ese fenómeno no es simple ni inmediato.
En segundo lugar, el consumo de gasolina y diésel se incrementa constantemente porque la economía crece y se importan más vehículos y máquinas, legal e ilegalmente, al margen de que parte de esos combustibles se desvía al contrabando y a otras actividades de la cadena del narcotráfico.
El tercer factor, que no depende de Bolivia, es el costo del barril de petróleo que, junto a los márgenes de refinación, ha llegado a valores superiores a la media de los últimos 20 años,
En resumen, se requieren más divisas para importar volúmenes crecientes de combustibles a precios más altos.
En el pasado esta situación se podía maquillar con los elevados ingresos del gas exportado, pero ahora es un hecho que la exportación del gas no alcanza para pagar la factura de los combustibles importados.
Adicionalmente, los combustibles son subvencionados y ningún negocio se sostiene si se compra caro y se vende barato. Desde luego, si el subsidio fuera pequeño, como hace 20 años, su incidencia en las cuentas fiscales sería mínima. Pero si la factura de importación es elevada, debido en especial al elevado precio del barril de petróleo, el subsidio representa una hemorragia de divisas que solo se sostiene mediante transfusiones de otras cuentas fiscales, como los ahorros de YPFB, la exportación de minerales, la agroindustria o la deuda del Estado.
En fin, el gobierno ha optado por no detener esa hemorragia porque el subsidio es un gasto necesario para mantener baja la inflación y ensalzar su modelo económico. Pero eso depende de cuánto tiempo más podrá seguir “coimeando” a la inflación para acallarla; quien sabe hasta que se agoten las reservas monetarias, el temido tipping point de este proceso insostenible.